La nueva ruta de la seda como estrategia para el desarrollo latinoamericano.

Prof. Daiana Gómez

viernes 8 de abril de 2022 - 17:20

La nueva ruta de la seda, también denominada iniciativa de la franja y ruta, es un proyecto económico internacional, a través del cual China canaliza flujos de inversiones con el objeto de promover e incrementar el comercio mundial. Esta idea vio la luz de la mano del presidente Xi Jinping en el año 2013. La misma se basa en dos pilares, en primer lugar una ruta terrestre que une China con países como Turquía, Rusia, Afganistán y otros tantos de Europa del Este. En segundo lugar, una ruta marítima que promueve una especie de expansión ultramarina que llega a África, Latinoamérica y Medio Oriente. En el primer caso, la inversión se concentra en mejorar las conexiones terrestres como rutas ferroviarias y carreteras. En el segundo, implica invertir en mejoras de puertos y terminales, principalmente.

 

Asimismo, la iniciativa de la franja y la ruta busca emular y de hecho, potenciar la antigua ruta creada por China a partir del siglo I AC, donde el objetivo radicaba en mejorar las vías comerciales entre este país y Europa. En la actualidad, alrededor de 140 estados se sumaron al proyecto, gran parte de ellos países asiáticos y africanos y al menos una decena de latinoamericanos. En este último caso, el primero de ellos en ingresar fue Panamá, un referente clásico en la historia del comercio internacional regional. Luego llegarían (ordenados alfabéticamente): Antigua y Barbuda, Barbados, Bolivia, Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Granada, Guyana, Jamaica, Perú, República Dominicana, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela. En lo que concierne a la inversión china en la región, la misma se concentra en los rubros de energía, transporte e infraestructura; esto último, para asegurar un flujo comercial de materias primas y recursos naturales destinados como pieza clave en el entramado industrial de oriente. Asimismo, los principales receptores de estas inversiones son: Brasil, México, Perú, Argentina y Venezuela.

 

En otro orden de cosas, resulta interesante reflexionar sobre el impacto que podría generar el impulso y la adhesión que está recibiendo esta iniciativa en Latinoamérica en detrimento del papel protagónico que ha desarrollado Estados Unidos a lo largo de historia. Sin lugar a dudas, implica una especie de perforación a la geopolítica local que puede incluso encender algunas alarmas en el país del norte.

 

Sin perjuicio de lo comentado previamente, desde una óptica latinoamericana la ruta reviste un gran número de oportunidades desde el punto de vista comercial y de desarrollo económico. En este sentido, las inversiones chinas canalizadas a sectores vinculados como energía y minería pueden resultar en un empuje significativo para economías inestables como la argentina. De hecho, el comercio interanual entre China y varios países de la región se ha incrementado notoriamente llegando a niveles históricos, incluso convirtiéndose en el principal socio comercial en varios casos. Ligado a este fenómeno, Argentina anunció su adhesión a la iniciativa el pasado mes de febrero. Si bien en el último decenio nuestro país ha sido receptor de varios flujos de inversión por parte del país oriental, incorporarse a la ruta implica esbozar una estrategia que puede resultar muy fructífera desde la esfera del comercio y la construcción de cadenas globales de valor. Aún más, significa una mayor cooperación intrarregional, que se traduce en una mejora en los volúmenes de comercio intra y extrazona y de desarrollo económico.

 

Dicho de otro modo, una mayor afluencia de inversiones en sectores clave, tales como industria, energía y telecomunicaciones redundan en una mejora en el volumen de exportaciones. Otro elemento trascendente para comprender este fenómeno, radica en la complementariedad de China y los países latinoamericanos entorno al flujo de productos que una región puede ofrecer con respecto a otra. En este sentido, tradicionalmente el gigante asiático ha exportado productos industrializados con distintos grados de tecnología a cambio de materias primas, claro está, con un bajo valor agregado. Cabe destacar que lo mencionado previamente, se vincula al concepto del deterioro en los términos del intercambio, una idea que aún en el siglo XXI sigue estando vigente a nivel regional. De lo anterior, se puede inferir que la ruta conlleva todo un desafío, el cual nos hace reflexionar sobre la siguiente pregunta: ¿Puede la nueva ruta de la seda promover el comercio internacional genuino o más bien sería un acelerador en el deterioro de los términos del intercambio?.

 

En otro orden de cosas, la estrategia de la ruta de la seda se puede acoplar perfectamente a otras propuestas regionales como la Alianza del Pacífico, APEC o incluso por qué no el Mercosur. De hecho, en el caso de este último, se podría utilizar como una herramienta de profundización en las relaciones bilaterales erosionadas entres los países miembros. A tal efecto, en los últimos años Uruguay, ha mostrado un gran acercamiento a China con el objeto de generar un espacio común de comercio, algo que no tiene el visto bueno del resto de los miembros plenos y que contribuyó a una aceleración en el desgaste del bloque.

 

A pesar de lo comentado previamente, resulta válido resaltar que la ruta de la seda representa un bastión clave en la política exterior china contemporánea. Para ampliar lo enunciado, por varias décadas la política exterior china manifestó una estrategia de negociación que plantea un escenario de corte integrativo. El mismo, se encuentra dominado por los siguientes conceptos neurálgicos: el establecimiento de la relaciones pacíficas, la cooperación y el desarrollo económico mutuo.

 

En otras palabras, lo que puede significar un puente o nexo de integración trasnacional y de creación de comercio genuino puede ser también interpretado como el medio para generar relaciones de interdependencia que podrían dejar en una situación aún más vulnerable a varios países de la región, entre ellos Argentina.

 

En conclusión, la nueva ruta de la seda supone una oportunidad así como también todo un desafío para la región latinoamericana. Por un lado, dicho fenómeno representa una suculenta afluencia de inversiones que sin lugar a dudas significan una bocanada de aire fresco para países como la Argentina y otros tantos con necesidades de mejorar sus niveles de productividad, reservas y crecimiento sostenido de PBI. En suma, todos los elementos mencionados anteriormente conllevan a un sostenido crecimiento económico.

 

Por otro lado, involucra encontrar un balance entre el juego de poder que supone negociar con un gigante de la geopolítica internacional. Para poder sortear satisfactoriamente este último punto resulta trascendente no repetir errores del pasado y plantear estrategias a largo plazo, cuyo objetivo sea el bienestar común.

 

Mg. Daiana Gómez

 

Abril 2.022

 

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